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sábado, 14 de junio de 2008

Paul Pierce liderando hacia la victoria


Los Celtics pueden ser campeones de la NBA veintidós años después. Se dice pronto. En una época de este campeonato en la que el acosado David Stern se quiere desmarcar de la parafernalia y lo moderno, en un campeonato donde se ha hecho una decidida apuesta por lo clásico y se intentan prohibir los fuegos artificiales, el ruido y el humo en las canchas, el previsible triunfo de Boston, salvo remontada milagro de los Lakers en la que sólo creen sus jugadores, es un guiño definitivo a la tradición. Miren, esta es la Liga de toda la vida, la que nos gusta. Es el campeonato que ganan los chicos estos de verde. Y si hubiese sido al revés, también hubiera valido.


Pocos como Paul Pierce para articular esta historia. El alero de Inglewood, posible MVP de las Finales, quiere regalarse un anillo justo en el día del Padre, que en Estados Unidos se celebra un 15 de junio.


Curioso la fidelidad al trébol para una familia que en los 80 se ponía delante de un pequeño televisor para ver a Magic, el ídolo de la estrella de los Celtics, avasallar a Bird, al que llamaba textualmente “basura”. Desde la ventana de su casa la vista alcanzaba a ver el Forum y cuando jugaba no permitía a sus compañeros elegir ningún nombre de los Celtics. Él era Magic y el resto tenían que ser Worthy, Jabbar o Byron Scott, “nunca esos de Boston”


.¿Qué más se puede pedir para vender las Finales como si fuesen una película? Los Celtics ganan a los Lakers –casi hay que considerarlo así porque nadie ha remontado un 3-1 en las series por el anillo- y el protagonista de Boston tiene el corazón amarillo. Morbo, interés, pasión, un argumento creíble, el gesto heroico del primer partido... Cuando el pasado jueves Pierce, después de una extraordinaria actuación, se levantó la camiseta y la mostró a la grada, no sólo estaba reivindicando el título para su equipo. Estaba echando el cierre al film con un final apoteósico. Stern –y todos nosotros- hubiésemos preferido que la eliminatoria llegara al séptimo partido, pero no pudo evitar una sonrisa.

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